Hiromichi Moriyama

Nació en Ikeda (Osaka, Japón) en 1938. Los ideogramas que conforman su nombre  (大 y 道) se pueden pronunciar  “hiro” –  “michi” o “dai” – “do”. La gente cuando leía su nombre lo pronunciaba Daidō y la costumbre acabó haciéndose ley.

Daidō Moriyama deambula en Tokio, errabundo, por las poco honorables calles del Kabukicho – el distrito rojo más grande de Asia; ése que los japoneses prefieren mantener fuera de la vista del ojo occidental. Este fisgón lleva una cámara compacta, nada espectacular. A veces encuadra usando el visor pero no siempre. No tiene plan fijo: espera que alguien le lance un trozo de acción, o lo roba en un descuido. Camina relajado pero incesante. Observa algo que le hace reaccionar, nadie lo nota pero su cuerpo se tensa y el oprimir el botón del obturador es un reflejo corporal. Fuma un cigarro sin hacer pausa; sigue su camino y dispara, una y otra vez. Se agotan los 20 rollos de película que ha llevado para el día. Camina hacia alguno de sus bares preferidos en la zona de Shinjuku. Daidō Moriyama ha repetido este mismo ritual cada día durante los últimos 40 años.

Por Óscar Colorado Nates*
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