Miguel Rio Branco
“Mi trabajo tiene mucha conexión con la piel, porque ella es la superficie que nos conecta con este mundo, tanto en el placer como en el dolor. Ella es un diálogo entre exterior e interior, una separación y al mismo tiempo una conexión. (…)”
El nombre de Miguel Rio Branco (1946) se asocia en muchas ocasiones a su labor como corresponsal de la agencia Mágnum en Latinoamérica desde 1980. Pero su obra va más allá de la fotografía o el documental.
Hijo de un diplomático brasileño, nació en Las Palmas de Gran Canaria, viviendo después en diferentes ciudades del mundo como Buenos Aires, Lisboa, Berna o Nueva York. En 1966 comienza su formación en el Instituto de Fotografía neoyorquino, acudiendo después a las aulas de la Escuela Superior de Diseño Industrial de Río de Janeiro. En esa época empiezan sus primeras incursiones artísticas, centrándose en la técnica pictórica, pero pronto se decantará por el medio fotográfico y cinematográfico. Será esta faceta la que le da a conocer internacionalmente en 1972 gracias a un reportaje sobre la prostitución en El Salvador. Ha recibido desde entonces numerosos premios periodísticos, entre los que destaca el Kodak de la Crítica Fotográfica en 1982.
De vuelta a la capital carioca, en 1985 retoma nuevamente su faceta de creador plástico. Comienza a realizar tanto fotografías y proyecciones, como collages o instalaciones. Si bien una primera visión remiten a sus orígenes documentalistas, él mismo desvela la verdadera intención de sus temas: “Comienzo con ideas que en su mayoría pertenecen al reino de lo social, pero desde ellas se desarrollan imágenes poéticas que conducen a un trabajo conceptual. En este proceso está lo maravilloso, en que trasciende los límites del periodismo fotográfico”.
Hasta el 16 de junio la galería madrileña Oliva Arauna, especializada en los últimos años en fotografía, organiza una muestra con los trabajos que Rio Branco ha realizado en los último diez años. Sus obras siempre hablan de una realidad descarnada y contienen una mirada crítica a las situaciones de injusticia de la sociedad sudamericana, apoyada en su vida cosmopolita. Las figuras crean tensión en espacios mínimos. La paleta de colores oscuros pero intensos crean ritmos hipnóticos, reforzados con un acusado contraste de luz y sombra, características que ha llevado a algunos críticos a compararle con el revolucionario Caravaggio.
Gracias a sus fotomontajes y collages consigue dividir la realidad en secuencias contrapuestas, que recuerdan a fotogramas de una película, y que consiguen aportar el lirismo buscado por el artista. Construye así el mensaje último de su obra, metáforas de la miseria y la explotación, la muerte, el sufrimiento, y en definitiva del devenir del ser humano.
Para Miguel Rio Branco es la realidad poética la que cuenta. Lo real no es la realidad sino la manera en la que él como artista la experimenta y recrea. Parte de sus ideas y emociones para componer sus collages e instalaciones, para crear una entidad ensamblando imágenes aparentemente desconectadas. El resultado es un juego que confunde a la realidad.
Su exposición Dislexia está inspirada por la hija más joven de Rio Branco. El artista vio una relación entre ella y su propia y única forma de entender el mundo, la base para su modo de pensar, hablar y trabajar. En este sentido, Dislecsia es la llave de su obra. No es sólo la “reconstrucción” del trabajo que se perdió en el incendio de su estudio en 1980, sino que también es la muestra más actual de su manera de trabajar.
Como un todo, convertido de acuerdo a las reglas de Rio Branco en una obra de arte totalmente nueva, Dislecsia nos depara una profunda y sorprendente visión de su “forma diferente de pensar”, o como dice él mismo, “la dislexia que le hace único como artista”.